Educación Slow

marzo 14, 2017

El movimento Slow nació hace más de 30 años como respuesta al modo de vida acelerado que impera en las sociedades occidentales. Si en 1986 ya les parecía a sus fundadores que la sociedad era esclava del tiempo y las agendas apretadas, en este lapso de tiempo, con la llegada de las nuevas tecnologías, la tiranía del tiempo se ha multiplicado exponencialmente. 

El germen de esta revolución silenciosa y pausada, cuyo emblema es un caracol, fue el descontento generalizado de los vecinos de la plaza de España de Roma, cuando la empresa de comida rápida McDonalds anunció que iba a abrir un nuevo establecimiento en las inmediaciones del emblemático y turístico enclave. Los romanos, adalides de la buena mesa, plantaron cara al fast food con la intención de poner en valor y recuperar las tradiciones culinarias italianas —con todos los beneficios saludables que conlleva—; pero no sólo eso, su intención era reivindicar todo lo que rodeaba a la gastronomía: disfrutar de la comida, la socialización que se produce durante la ingesta de alimentos y en la posterior sobremesa, etc. Aquel pequeño gesto pronto se extendió a otros aspectos de la sociedad de consumo. En la misma Italia, cuna de la moda y de grandes diseñadores, empezaron a criticar, también, el alto grado de consumismo que producía la llamada moda low cost: ropa de usar y tirar con un bajo coste en tienda y un todavía más bajo coste de producción, con una baja calidad, lo que supone para los clientes una compra continuada. Un cambio en este modelo no sólo significaría un beneficio para el bolsillo de los compradores, también supondría una mejora considerable para el medio ambiente, pues la moda es la tercera industria más contaminante del planeta. Para el movimiento Slow, la recuperación de la tradición artesana y sus valores, calidad y durabilidad, es la respuesta perfecta a este mundo de consumismo desenfrenado

Esta corriente, que abarca desde la moda a la comida, pasando por odontología (rama del movimiento que surge en Valencia gracias al dentista Primitivo Roig), no podía quedarse ajena al cambio de paradigma que se está planteando en el mundo de la docencia. A quién no le han llamado la atención esos niños que al terminar las clases van corriendo a hacer los deberes, luego reciben clases de idiomas o de refuerzo y al terminar están apuntados a alguna actividad deportiva. La sociedad —con su modelo de producción— ha incorporado a los niños y adolescentes a esta vorágine, sin darles a penas tiempo libre, ni dejar si quiera posibilidad de que se aburran y piensen o mediten. Por no hablar de los horarios y cómo están establecidas las clases, sin tener en cuenta los ritmos de aprendizaje, ni el disfrute del proceso, tan sólo centrados en los resultados, sin ajustar la educación a cada individuo y a cada tempo.

En el campo de la docencia, uno de los primeros en preocuparse por el ritmo de aprendizaje fue Rudolf Steiner, más de un siglo antes del surgimiento del Slow Movement, como explican en el blog Estilo de Vida Slow, sobre el creador de la antroposofía e inspirador de la Pedagogía Waldorf, el autor “creía que nunca debería apremiarse a los hijos para que estudiaran lo que sea antes de que estén preparados para ello. Estaba en contra de enseñarles a leer antes de los 7 años. […] Debían pasar sus primeros años jugando, dibujando, contando cuentos y aprendiendo cosas de la naturaleza. Rechaza de lleno los horarios rígidos que obligan a los alumnos a saltar de una asignatura a otra porque así lo demanda el reloj, es mejor dejarles estudiar un tema hasta que se sientan dispuestos a pasar a otro”.

Uno de los gurús de los adeptos de estas propuestas es Carl Honoré — periodista canadiense y autor de varios tratados entre los que se encuentra Elogio de la Lentitud, que se ha convertido en uno de los apóstoles de este cambio cultural. Como afirmaba en una reciente entrevista en TV3 se trata de “ralentizar de manera racional los momentos, haciendo las cosas a la velocidad justa, a un ritmo natural que permita disfrutar más de lo que hacemos: no hay que hacer las cosas lo más rápido posible, sino lo mejor posible”. Para poner esto en práctica nos propone un decálogo para ajustar nuestro equilibrio con los tiempos:

 

  1. No dejes que tu agenda te gobierne. Muchas cosas que te planteas ahora son postergables. Prueba y verás.
  2. Cuando estés con tu pareja y tus hijos, o con tus amigos, apaga el celular y desconecta el teléfono.
  3. Tómate tiempo para comer y beber. Comer apurado genera males digestivos y si la comida es buena y está bien sazonada, no la apreciarás como se debe. Este es uno de los placeres de la vida, no lo arruines.
  4. Pasa tiempo a solas contigo mismo, en silencio. Escucha tu voz interior. Medita sobre la vida en general. No tengas miedo al silencio. Al principio te será difícil, luego notarás los beneficios.
  5. No te aturdas con ruidos o mires televisión como si fueras una medusa petrificada. Escucha música con calma y verás que es bellísima. No te quedes frente al televisor porque sí.
  6. Escribe un ranking de prioridades. Si lo primero que escribiste es trabajo, algo anda mal, vuelve a redactarlo. El trabajo es importante y debemos hacerlo, pero medita y notarás que no es lo más importante de tu vida.
  7. No creas eso de que en poco tiempo das amor. Escucha los sueños de la gente que amas, sus miedos, sus alegrías, sus fracasos, sus fantasías y problemas. Es una estupidez pensar que se puede amar una hora por día y basta con eso.
  8. No creas que tus hijos pueden seguir tu ritmo. Eres tú quien debe desacelerar e ir al ritmo de ellos.
  9. Recuerda que la conversación y la compañía silenciosa son los medios de comunicación más antiguos que existen.
  10. El virus de la prisa es una epidemia mundial. Si lo has contraído, trata de curarte“. 

 

En el año 2002 se creó el Movimiento Slow Schooling, que promueve los beneficios de estudiar a un ritmo lento. Fundamentos que ponen en práctica, entre otros, las escuelas que aplican la metodología Waldorf o la Montessori, que huyen de la planificación exagerada y dejan a cada alumno aprender a su ritmo y con libertad, permitiéndoles disfrutar, paladear los procesos de aprendizaje y eliminando la constante presión por las calificaciones. Son muy interesantes, en este sentido, las propuestas que hace Gianfranco Zavalloni en La pedagogía del caracol. Por una escuela lenta y no violenta, donde se recogen algunos de los postulados de la slow life.

¿Pero cómo aplicamos esto a las clases? Aníbal de la Torre, profesor de matemáticas en el IES Antonio Gala de Palma del Río (Córdoba), nos daba, desde un artículo en la revista Educación 3.0, una serie de propuestas —tanto para profesores como para alumnos— que ayudarían a implementar el slow movement en las clases:

 

  • Las programaciones están para cumplirlas, siempre y cuando el alumnado esté completando los aprendizajes.
  • Los primeros cinco minutos de clase pueden ser para conversar con nuestros alumnos. ¡Ojo, conversar!
  • Prueba alguna vez a no llevarte al aula en la mochila; porta sólo un texto literario, un problema, una noticia, un mural,… seguro que podrá surgir hasta algo de magia.
  • Cuando expliques, hazlo despacio, pero sobre todo mira todo lo que puedas a sus caras, intenta adivinar un poco lo que piensan.
  • Cuando consigas lo anterior intenta atisbar un poco lo que sienten.
  • Si a las dos semanas de comenzar el curso ya eres capaz de acertar con las notas finales que sacarán el 90% del alumnado, ya sabes la de tiempo que puedes ganar si olvidas de registros y rúbricas.
  • No deberes y actividades extraescolares pero las 24 horas 7 días por semana necesitan tiempo y espacio para poder jugar, para poder soñar, para poder, explorar el mundo a su ritmo mirar hacia dentro y conocerse.
  • Camina despacio por los pasillos, siempre y cuando los compas de guardia te lo permitan, y con la cabeza un poco alta, saludando a todo lo que se mueva.
  • El yoga es complicado, no me gusta, pero alguna pequeña técnica de control respiratorio en grupo puede ser útil. Si no se consigue es porque surjan carcajadas, que tampoco es mala terapia.

 

Photo via Visual Hunt

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